Liam Gallagher sigue adelante sin su hermano y les tapa la boca a los descreídos.
Hay vida después de Oasis, sí.
El primer disco de Beady Eye, o la reformulación de la banda tras la partida de Noel Gallagher, lo confirma.
Y les cierra la boca a los incrédulos que no confiaban en que Liam, la tristemente arrogante sombra de su virtuoso hermano mayor, podía lograrlo.
Es cierto que sus composiciones nunca fueron cosa de otro planeta: el violero Gem Archer y el bajista Andy Bell comparten la tarea de escritura, y la colaboración se nota.
El golpe de wah-wah del inicio de "Four Letter Word", un furioso himno de guitarras (con alusión lírica a la lucha fraternal con el grito "Nothing ever lasts forever!"), arrasa con "Bring the Light", ese rock & roll de reminiscencias fifties que funcionó erróneamente como carta de presentación.
El fantasma de Lennon sobrevuela todo el disco: "The Roller" es casi un calco de "Instant Karma".
Y hay altibajos: la garagera "Beatles and Stones" se equilibra con la belleza sencilla de "Kill for a Dream", una balada asentada sobre un punteo simple y digno de ser coreado en estadios.
Más predispuesto a la experimentación, Liam sale airoso: esos delirios de grandeza no le iban a permitir bajar la guardia.
Por Yamila Trautman