Juan Alberto Badía: "La vida me puso a prueba"


El 9 de noviembre del año pasado –un día antes del recital de Paul McCartney en Argentina, uno de sus máximos ídolos–, Juan Alberto Badía (63) fue a ver a su médico y se encontró con una noticia severa, inesperada. Después de una serie de estudios de rutina, y casi como por casualidad, le informaron que tenía un tumor en la glándula timo, muy cerca del esófago, en la zona del mediastino. Sin entender demasiado lo que le estaba sucediendo, veinticuatro horas después del diagnóstico dijo presente en el show de McCartney. Allí, en medio de la multitud, cerró los ojos y recorrió toda su vida en un instante. Recordó sus sueños más profundos y anhelados. Imaginó situaciones y deseos con los Beatles.

Al día siguiente decidió meterse en boxes –como él mismo dice–, para ajustar clavijas: en diciembre comenzó un tratamiento de casi cinco meses. A tan sólo dos semanas de haberlo terminado, y desde la intimidad de su hogar en Pilar, Juan Alberto habló en exclusiva con ¡Hola! Argentina. Una charla emotiva y muy optimista.

Juan, ¿cómo te sentís hoy?

–Por suerte, el tratamiento fue exitosísimo. Lógicamente, tengo algunos meses por delante para terminar de recuperarme de los efectos residuales. Estoy muy feliz de lo que pasó con el tumor, al que le tengo una lista de agradecimientos enormes. A partir de él, muchas cosas se hicieron revelación en mí.

¿Qué cosas?

–Cuando te pasa algo inesperado, te das cuenta de que estás más preparado de lo que creés. En principio, el diagnóstico que me dieron fue realmente malo, con pocas chances de encontrarle una solución, con pocas posibilidades de vida, pero el convencimiento del médico, el mío y el de todos mis seres más cercanos hicieron posible este milagro, este final exitoso. La verdad es que no estoy curado, pero el tumor está controlado, la reducción fue increíble y el hecho de haber soportado todo el tratamiento es realmente valorable.

Una lucha que no da tregua, ¿no?

–Claro. El que ha pasado por esto sabe que es duro, que pone en riesgo todo el cuerpo. La quimioterapia no distingue, pero respondí satisfactoriamente y soporté todo muy bien. Pasé por períodos de náuseas, con dificultad para tragar, se me cayó el pelo, tuve que cambiar mi alimentación. Pero el médico me dijo que en dos meses, y si Dios quiere, voy a poder hacer una vida normal.

¿Cómo fue el momento exacto en que escuchaste la palabra cáncer?

–Por la ignorancia que uno tiene sobre esta enfermedad, es muy común relacionarla de inmediato con la muerte. Hoy sé que estamos equivocados, la ciencia hace que sea tan curable como tantas otras enfermedades. Si podés soportar el tratamiento, tenés el éxito casi asegurado.

¿Cuáles fueron tus pilares? ¿Creés en Dios?

–Siempre fui creyente, pero no sé si tanto. A partir de esto, me aferré a todo, sobre todo a la imagen de la Virgen de Fátima que me regaló un amigo. La puse sobre un mueble en mi casa y ahora es una especie de santuario, porque a partir de que se fueron enterando de mi enfermedad, me regalaron de todo.

¿Solés rezar ahí?

–Ese mueble está en un pasillo por el que paso todo el tiempo. Hubo y hay una o dos veces al día en que una fuerza superior me detiene y me quedo ahí pidiendo, agradeciendo, aunque no sepa rezar de una manera ortodoxa. Agradezco a la gente por la fe que me trasladó en cada oración, en cada medallita bendecida, en cada santo que me regalaron. Imaginate cuánta energía me dieron al defender mi vida como si fuera la de ellos. Eso me ayudó mucho para poder superar este trance.

¿Visitaste a algún sanador espiritual?

–Yo era muy amigo del Padre Mario, pero ya no está entre nosotros. Entonces viajé a Rosario para ver al Padre Ignacio, que es maravilloso. Me hizo imposición de manos y me conmovió con sus palabras.

¿Te enojaste con la vida, dijiste “por qué a mí”?

–Al comienzo, sí. Pero después me pregunté: “¿Por qué no?”. Cuando pude responder esa pregunta, entendí que iba a vivir hasta cuando pudiese y me di cuenta de que tenía que convivir con el cáncer. Me amigué con el tumor y le dije: “Bueno, convivamos, estás acá conmigo, pero cuando pueda, yo voy a hacer todo el esfuerzo para que te vayas”. Le debo mucho a esta enfermedad, la vida me puso a prueba y rescaté lo mejor de mí.

¿Te diste cuenta de que eras más fuerte de lo que creías?

–Sí, claro, pero también me dio otra mirada sobre las personas. Hoy puedo decir que conozco más a mis seres queridos, a mis amigos y a mis oyentes y televidentes. Ellos dejaron de ser una entidad grupal para pasar a ser gente con historias de vida. Ahora quiero transmitir a otros todo lo que me dieron. Lo positivo está en las personas y en las pequeñísimas cosas, como el sol, las plantas, cosas que antes pasaban desapercibidas.

¿Cuáles fueron los momentos de mayor angustia?

–Cuando me dieron la noticia y había que estudiar bien el diagnóstico. Pero fueron sólo algunos días de mucho miedo y angustia. Sin embargo, me ayudó mucho hacer una especie de revisión conmigo mismo. Me dije: “Lo que te quede de vida, Juan, será para disfrutar y gozar”. Después me relajé.

¿En qué te cambió la enfermedad?

–Estoy mucho más sensible. Lagrimeo con todo, en cualquier momento… La emoción se puso en un plano impensado para mí.

¿Hiciste terapia?

–No. Mi familia y mis amigos me contuvieron mucho. Hace años hice terapia con Jorge Bucay y, cuando él se enteró, vino de España y se quedó casi cuatro meses acompañándome. También fueron muy importantes mis compañeros del colegio, los de básquet, los de fútbol y los de paddle. El médico no me dejaba tener muchas charlas personales con ellos, porque me cansaba y me emocionaba mucho. Todavía no estoy físicamente entero para recibir tanta emoción; entonces les contaba cómo estaba y hablaba con ellos por la radio. ¿Tinelli? ¡¡Marcelito siempre me llama!!

Como tuviste que dejar de trabajar, ¿encontraste placer en otras cosas?

–Te diría una mentira enorme si te dijera que sí. Una de las cosas que hizo que yo hoy esté fue mi vocación. Recuerdo el primer día de tratamiento. Volví a casa y le dije a mi hijo Agustín: “Hijo, ¿me ayudás a pintar y a armar un estudio de radio?”. El me miró como diciendo: “Papá, el médico dijo que te metieras en la cama”. Pero todos colaboraron para digitalizar mis archivos y pude armar una radio por internet sin fines de lucro para decirles gracias a todos los que estuvieron y están conmigo. Eso me sacó adelante. A veces me sentía tan mal que me daba trabajo ir hasta el baño, pero no me costaba nada llegar al estudio. Fue la mejor terapia. ¿Si extrañé la tele? No, el médico me pidió que estuviera concentrado sólo en mi recuperación. Cumplí con el tratamiento a rajatabla y aguanté, con mucho mejor humor del que pensaba.

Muchos psicólogos y metafísicos dicen que a veces el cáncer tiene que ver con enojos no resueltos, culpas, autoexigencias y que se cura con amor y perdón.

–Sí, eso me dijo el Padre Ignacio. Pero yo jamás tuve envidia, grandes enojos ni resentimientos. No conozco esas sensaciones. Sí tuve que trabajar otras cosas, como la culpa, la exigencia, el exceso de responsabilidad y el perdón.

¿Vas a volver a la televisión?

–Por ahora, no. No sé si será la tele, soy un bicho de trabajo, ahora estoy con mi radio, que me ayudó tanto. Cuando me sienta mejor veré qué hago, pero el trabajo va a ocupar un lugar diferente. Será algo más, nunca más mi vida por el trabajo.

¿Cómo es hoy tu rutina diaria?

–Me levanto muy temprano, porque no puedo dormir mucho, y me meto en el estudio. A las cinco o seis de la tarde, ya me siento cansado y entonces comienzo a bajar el ritmo. Me relajo, leo un rato, escucho un poco de música, camino por el barrio y, después, a la cama.

¿Qué ves cuando te mirás al espejo?

–No te voy a engañar, hace un tiempo pasaba por el espejo y me decía: “¡Ay Juancito, qué quedó de vos!”. Después empezó a aparecer la imagen de mi papá, me veía muy parecido a él, y a medida que voy superando la enfermedad, me miro y me veo más parecido a mi hijo. ¿Sabés qué veo? Una linda mirada, una mirada de paz…

¿Cuál sería tu mensaje para los que están atravesando una situación como la tuya?

–Mi misión es levantarle el ánimo a quien lo necesite, poder estar con cada uno, que nunca miren hacia abajo, que no se depriman, que tengan fuerza. Yo viví el cáncer en carne propia y mi médico me dijo que no han sido solamente la quimioterapia, los rayos y la medicación lo que me mejoraron. El dice que yo recibí otra medicación: el amor de la gente.

¿Pensaste muchas veces en la muerte?

–Sí, pero ahora ya somos grandes amigos. [Se ríe.] Más que nunca, sé que es una fase de la vida, una parte bien nuestra… En este caso, pude ganarle y quiero que la gente diga: “¡La pucha, se puede!”.


Texto: Alejandra Albanese
Fotos: Gentileza Oscar Sayos
Fuente: ¡Hola!Argentina

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