“Ahora quisiera ir al Cervantes o al San Martín”

Guillermo Francella, el actor ícono del porteño, vuelve al cine con una comedia. Cómo ser un famoso en la Argentina y su visión sobre el gobierno de Cristina: "Es bienintencionado y me deja tranquilo".


Existen pocas cosas tan porteñas como caminar por la avenida Corrientes a la hora de la cena. El olor a la fugazzeta de Güerrín, Las Cuartetas, Los Inmortales o vaya a saber de dónde. Pocas cosas tan porteñas, como esquivar volanteros que exclaman promociones gastronómicas y compiten con las imágenes de chicas desnudas en las puertas de los teatros, o con las ofertas irrisorias de librerías que nunca cierran. Y, cuando cualquiera creería que no se puede vivir una experiencia más porteña que todas esas juntas, ahí está él. Guillermo Francella parado en el medio de Corrientes, posando y escuchando a transeúntes completamente extrovertidos -porteños, al fin- que lo obligan a hacer un repaso de su carrera. "¡A comerla!", "Poné a Francella", "¡Aguante Francachela!" y hasta un "¡Lechonas!", compiten con los bocinazos que le dirigen a su figura.

Semejante indiscreción no es lo usual en él, pero aceptó retratarse en el epicentro de la ciudad que lo ama. Sabe que algún precio debe pagar. Aunque intenta refugiarse tras una puerta de rejas que encontró en una esquina, delante de una escalera caracol, de a poco el rumor crece y en cuestión de minutos la gente que lo rodea deja perfectamente en claro qué es tener un público multitarget. Minutos más tarde, ya refugiado del acoso, en una charla con 7 DIAS, Francella confirma que aunque a veces lo asusta, no reniega de eso, para nada. "Yo amé hacer las cosas que hice, desde ‘Los bañeros más locos del mundo’ hasta ‘Brigada Cola’, pasando por ‘Un argentino en Nueva York’ y ‘Naranja y Media’. Lo mío es lo popular y no reniego". Y como no reniega, estos días el cine recibirá su último proyecto, "Los Marziano", una película dirigida por Ana Katz con un elenco popular y una temática entrañable.

En este filme, Guillermo encarna al hermano de Arturo Puig y Rita Cortese y al cuñado de Mercedes Morán. Pero, a diferencia de cualquier otra de sus producciones, Juan Marziano, su alter ego esta vez, es un tanto oscuro, triste y patético, de una manera en que sólo Francella puede ser todas esas cosas, tiernamente. "Este tipo es un kamikaze, un ser completamente irresponsable, colgado, despegado de la realidad. A él sólo le preocupa su programa de radio "pedorro" y sus casets, él quiere digitalizarlos y guardarlos en un disco rígido externo, eso es lo único que lo estresa. Su enfermedad neurológica, su hija y la fuerte pelea con su hermano por las deudas que tiene le importan un pito", sintetiza con una comicidad que se le impone. Esa misma gracia hace que los espectadores estallen en carcajadas cuando en uno de los momentos más álgidos de la película, Juan, con problemas perceptivos severos, atraviesa una ventana de vidrio de cuerpo entero. "Es una escena dramática y la gente se ríe, es cierto, pero son los nervios. Tal vez al principio se ríen con mis gestos, pero después, cuando se encariñan con el personaje, se ríen de nervios", explica con seguridad. Todo en él parece muy seguro. Guillermo no tiene nada que ver con su personaje Juan."Nada", enfatiza Francella.

¿Qué cosa le sorprendería más a la gente saber sobre usted?

–Que soy la antítesis del tipo bohemio e improvisado. Soy híper ordenado, obsesivo. Juro que no tengo ningún aspecto en el que me relaje, ojalá. Soy controlador, conmigo y con mi familia, miro, monitoreo, fiscalizo, observo, es innato en mí. Creo que lo heredé de mi padre que era muy trabajador y muy detallista. A veces me dicen: "hijo de puta cómo morcillea" ¡Pero no! La mayoría de las veces no estoy morcilleando, digo la letra tal cual me la escribieron, pero hago como si no fuera así. ¡Y no me creen!

Esa descripción no condice con lo que se suele esperar de un actor...

–Exactamente. Yo estudiaba teatro y me acuerdo que necesitaba ganarme el mango. Me gustaba salir con una pendeja y pagarle la comida. Pero en los talleres todos estaban colgados, vivían de la pensión de la madre, decían que si no laburaban de actores no laburan y todo ese drama. Me acuerdo que me compré un Fiat 600 que era una bolita, en cuotas, con gran sacrificio. Iba a las clases y lo dejaba a cuatro cuadras para que no supieran que yo tenía un auto, te juro. Era como que me daba vergüenza porque todos decían: "Mmm… este está en otra cosa, tiene guita". Y sí, tenía guita, laburaba como un perro. Me gustaba vestirme bien, me gustaba salir. Soy más como el personaje que hace Arturo Puig, el proveedor de la familia, el protector.

¿Es consciente de que después de los éxitos que hicieron en la tele de los ‘90 y su carrera en el cine, Arturo (Puig) y usted son casi parte de la familia argentina?

(Risas). Totalmente. Somos parecidos físicamente incluso. A mí me pasa todo el tiempo que me ven como un familiar. Conmigo hay una cosa muy intensa, desde el nieto hasta el abuelo, todos se acercan. Siempre hay una cotidianidad asombrosa. Por ahí entra un tipo acá y me saluda con una naturalidad que me deja pensando si yo lo conozco a él o él cree que me conoce a mí. Y es el mismo efecto en chicos chiquitos y en tipos de mi edad. Vienen familias y me dicen: "hijo de puta..., ¿sabés cómo te queremos a vos?". Y bueno, yo no sé que decir...

¿Hay exceso de amor a veces?

–Y… el exceso de amor siempre está. El otro día casi me muero porque apareció un chico que me quiso hablar en el teatro y yo no podía, le dije que tenía que entrar. Entonces se revolvió la ropa, buscó algo abajo de la remera, yo me asusté, y me mostró que tenía algo tatuado en el hombro. ¡Era mi cara!

¿Qué le dijo?

"Uy. ¿Te dolió?" (Risas). Me dijo, "no, porque la verdad te adoro" y eso es lindo pero es raro...

¿Lo pone fóbico?

–No, no es fobia. Pero, por ejemplo, vas a estrenos y no parás de hablar y de seguir las rutinas cómicas de cada movilero. Tenés que hacerlo y ellos me aman porque estoy al pie del cañón, pero reconozco que a veces me cansa. También me desconcierta cuando voy a lugares y hay mucha gente. A veces no sé que hacer con el chiquito, la abuelita, la mamá, las chicas...

Tiene una imagen muy paternal y familiera. .¿Qué reacción despierta en las chicas?

–Estoy bastante recluido así que no es tan fácil encontrarme en ámbitos de levante. Por ahí estoy en un restaurante comiendo con mi familia y veo que alguna me ficha. Eso siempre pasa. Por suerte, nunca fue nada desubicado, pero a veces se plantean otras situaciones. El otro día iba por la calle y dos pendejas de 20 años me dicen: "decime a comerla". Yo me quedé mirándolas y me decían "dale", haciendo pucherito. Y bueno, lo dije. Y quedé así en el medio de la calle parado, diciendo: "Dios mío y la Virgen de Dios". Después seguí de largo como tiene que ser, como corresponde.

Seguramente su carrera fue fructífera por haber seguido de largo a muchas cosas... 

–Obviamente (risas). Y además hay como una locura en general con la que es mejor no engancharse. Yo creo mi propio microclima y listo.

¿Sus hijos también viven en un microclima?

–Mi hijo Nicolás estaba estudiando publicidad y se cansó de que no le den las materias que él quería y dejó. Y le dije: "¿Y ahora? Tenés que laburar, tenés que hacer algo". Y el me dijo: "¿Y con vos?". "Y conmigo qué? Yo no soy un empleador". Como estoy trabajando en un unitario de Campanella en Telefé, llamado "El hombre de tu vida", pedí que le den un trabajo en la producción. La verdad es que funcionó muy bien, está como asistente de producción y está chocho. A Johanna le empezó a gustar mucho el baile y el canto, pero está en la escuela y todavía no sabe. Johanna ahora tiene un noviecito. ¡Mamita mía!

¿Y cómo lo lleva?

(Risas). Bien, es un pendejo divino, amoroso, un encanto de pibe. Un compañero del colegio, un pibe familiero.

En "Los Marziano" el foco está puesto en la relación conflictiva entre hermanos, ¿cuál fue el mayor dolor de cabeza que le trajo el suyo?

–Cuando yo tenía 17 años mi hermano se fue a vivir a Europa. Se fue para quedarse un par de meses y se quedó cuatro años. Fue terrible, mis viejos vivieron eso como un velorio. No era como ahora que hay Internet. Fue muy duro para mis papás a tal punto que yo me ponía mal y decía: "loco, hay otro hijo también acá". No es que me negaban, pero estaban tan hechos pelota que era como vivir de velorio, recordándolo, llorándolo. No podían ir a verlo, vivían al día. Por suerte a los cuatro años volvió y se terminó la pesadilla (risas)

Y para compensarlo le presentó a su mujer...

–Así es. Ella era amiga de mi ex cuñada y él estaba seguro de que era la mujer para mí. Nos vieron compatibles. Nos presentaron en un cumpleaños, ese día nos pusimos a salir y estuvimos dos años y medio de novios. Después nos casamos. Eso fue hace veintipico de años.

¿Heredó la noción de familia de sus padres?

–Sí, de algún modo sí. Creo que igual me hubiese gustado ver más a mi padre como hombre. Él se murió a los 60 años cuando yo tenía 26 y es una ausencia que a mí todavía me pesa mucho. Me hubiese gustado que vea todo esto. Me ha marcado tanto su ausencia...

¿Es de hacer balances de sus logros?

–Sí, mucho. Y soy muy feliz y agradecido de vivir de lo que amo. Lo que pasa es que siempre tengo una zanahoria delante a la que corro y que me produce adrenalina. Convertirme en un actor versátil era parte de mi objetivo y creo que lo logré. Durante mucho tiempo había prejuicios pero logré deshacerlos. Yo quería que supiera que podía hacer muchas cosas, no sólo películas cómicas. Ahora quisiera hacer un clásico en el Cervantes o en el San Martín, eso nunca lo hice y es un momento interesante para proponérmelo.

Nunca fue de hablar mucho de política. ¿Cómo ve que ahora cada vez más actores lo hagan?

–Me parece que está perfecto que se expresen cuando creen fervientemente en algo o alguien. Yo no creo en nada fervientemente, pero veo que este gobierno es bienintencionado y eso me deja tranquilo. Hoy por hoy los acompaño y desearía que les vaya fantástico, que ellos o quienes quieran que vengan, estén iluminados para darle al país lo que necesita.

¿Y qué, es según su criterio, lo que el país necesita?

–Son muchas cosas, pero la educación es algo importante. Yo tengo todas las semanas quince, veinte chicos estudiando en casa y veo que hacen los deberes, estudian fórmulas, tienen miles de pruebas y reglas y sin embargo están perdidos. No saben qué van a estudiar, no saben qué les gusta. No veo que el colegio busque motivarlos, despertarles curiosidades personales, veo que los amoldan para que salgan todos iguales y después ninguno se conoce. Pasión hay que crear. Eso es lo que le hace falta a cualquier país, hay que crear pasión, generar gente apasionada.

Por Denise Tempone.

Fuente: Revista 7 DIAS 
Foto: Alejandro Kaminetzky 

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