Locos por el folclore

Es la música más consumida por los argentinos, por encima del rock y la cumbia. Los festivales, que explotan en el verano, mueven más de un millón de personas. Crónica de unos días en Cosquín, la mayor fiesta de nuestra cultura.   


Arriba, en el escenario, suenan guitarras, bombos y violines. La letra de la chacarera se mete en los oídos del atento público. Sigue una zamba y un carnavalito. A los pies de los músicos, las coreografías de varios bailarines improvisados son perfectas: por la pericia de sus movimientos, parecen ensayadas hasta al cansancio. Todo es alegría. Los gritos y las palmas al terminar cada canción se mezclan como un terremoto de emoción.

El epicentro de la escena es en el escenario Atahualpa Yupanqui, en la Plaza Próspero Molina, pero las calles, plazas y el río de Cosquín se invaden en estos días de argentinidad, de música, baile y poesía. Este recodo cordobés ubicado a 62 kilómetros de la capital provincial y de unos diecinueve mil habitantes, recibe unos 200 mil turistas al año. En especial durante esta semana que pasó, cuando el festival folclórico más importante del país se deshizo en sus calles entre zambas y chacareras, entre bramidos por vino y aplausos.


La movida de espectáculos callejeros y peñas crea, todos los años, un clima de fiesta que se vive durante enero: quince días del pre-Cosquín y las diez lunas que dura el festival.



De fiestas y festivales. En la Argentina hay una movida folclórica que mueve multitudes, más allá de que el público porteño se empeñe en darle la espalda. "Según una encuesta de la secretaría de Medios, el folclore es el primer consumo de música en nuestro país, por encima del rock o la música tropical. Es un dato interesante", dice Marcelo Simón, director de Radio Nacional Folklórica, y conductor del festival Cosquín desde hace cuatro años. "Todos los festivales son una muestra, a través de la enorme concurrencia de público y su diversidad, de la fuerza que tiene este género como consumo popular", agrega Simón.


A lo largo del año hay fiestas de música y tradición por todo el país, pero en verano es cuando más festivales se celebran: la gente está de vacaciones y los calorcitos del día y las noches agradables invitan a la guitarreada. Nada puede fallar si hay vino, locro, empanadas, carnes al asador y música.


Cerca de un millón de personas se movilizan por todo el país en busca de lo autóctono y de lugares para celebrarlo. Fiestas hay, y muchas: sólo en enero se realizaron la Fiesta Nacional de Chamamé, en Corrientes, el Festival de Jesús María, en Córdoba; el Festival de la Jineteada y Folclore en Diamante, Entre Ríos, y, por supuesto, el de Cosquín. El cierre de los festivales veraniegos se da en marzo con la Fiesta de la Vendimia mendocina. El resto de los meses, igualmente, siempre existe algún motivo para armar una celebración: si no es por el salame, es el girasol, el durazno, el queso, el poncho, el gaucho o lo que sea para festejar.


Muchos festivales nacen con ímpetu y luego se ve si perduran o mueren en el intento: este año la novedad será Tilcara, Jujuy.


Cada uno tiene sus características, o las busca, y eso ha prevalecido. Algunos duran un día, un fin de semana y hasta una semana. Depende el presupuesto. Otros son sólo musicales; mientras que en algunos hay elección de reinas y muestra de destrezas gauchescas. Pero mucho depende del dinero que se invierta.


"Además del presupuesto de unos siete millones de pesos, la clave para que más de 50 mil personas estén dando vueltas por Cosquín, es lo que representa para nuestra cultura, no solamente como show", dice Freddy Martino, de la comisión municipal organizadora del festival. "En Cosquín no hubo una sola cama vacía. Rebasaba de gente la ciudad", agregó. Folcloristas y público de todas las latitudes se dieron cita en la ciudad, tanto por ansias de ver los números del escenario mayor, como de espectáculos callejeros y pintorescas peñas.


Fernando es cordobés de nacimiento, porteño por amor a una mujer y fanático del folclore por tradición familiar. Es la primera vez que viene a Cosquín. "Siempre tuve ganas de conocer cómo se vive esta fiesta", dice y se pierde a vivir su sueño, bailando, entre la gente frente a plaza San Martín, una de las dos que tiene la comarca festivalera. Lo mismo le pasó Juan (65) y Mirtha (62). Llevan 45 años de casados y hace 6 que el baile tradicional los atrapó. Son de Moreno y por primera vez vinieron por estos pagos. El señor, a pesar de su metro ochenta y nueve, zapatea que da calambre con estilo propio, y la señora, que al principio era reacia, es fanática a más no poder y no se quiere perder nada. Vestidos como la tradición indica, revolean pañuelos por la nochecita coscaína, tal como el resto del año lo hacen en la Feria de Mataderos.



Historia y convocatoria. El norte de Córdoba es una gran cuna de celebraciones de este estilo. Allí se desarrollan la mayor cantidad de festivales del país. Se dice que el más antiguo es el de Deán Funes. Pero con poco presupuesto, no es tan reconocido en todo el país. Inclusive el festival de Baradero, al norte de la provincia de Buenos Aires, es más antiguo que el de Cosquín, pero como estuvo prohibido durante la dictadura, se empezó a contar de nuevo.


Jesús María, otro de los grandes en el calendario folclórico, cumplió este año 46 ediciones. Con diez noches continuadas tuvo, en promedio, entre 12 y 17 mil personas por noche. Las peñas no abundan como en Cosquín, más bien ahí predominan la parrillada y las guitarreadas callejeras espontáneas. "La organización de este año costó 2 millones de pesos", dice Julio, de la comisión organizadora, que está en manos de las 20 cooperadoras de las escuelas de la zona.


Hoy los artistas más convocantes en cualquier festival son Jorge Rojas, el "Chaqueño" Palavecino, Soledad y los Nocheros, en ese orden. Más allá de los artistas más populares, hay lugar para todos los estilos y grupos. Lo bueno es que ya no es la gente mayor la que gusta del folclore, también se suman miles de jóvenes que escuchan nuevas voces y hay muchos seguidores que van a todos los festivales para ver a los Alonsitos, los Tekis, Luciano Pereyra, Peteco Carabajal o Abel Pintos.



Aquí Cosquín. Impulsadas por el viento, semejando pájaros blancos y esponjosos, las nubes pasan rápidamente a través del inmenso cielo, y la pequeña comarca mediterránea, situada en el pliegue de un valle, verde intenso en esta época, se calienta al sol.


Es el primer fin de semana de festival. El calor empieza a apretar temprano y el ambiente pueblerino no anuncia nada fuera de la rutina veraniega. El show de apertura ya pasó y los ecos de la noche se borraron. A golpe de ojo los únicos indicadores de estado de festival permanente son los carteles, los artesanos y sus carpas llenando la primera plaza que encuentra el visitante al salir de la terminal de ómnibus. Por la noche, por la plaza pasan las principales figuras del folclore nacional. Pero en los diez días y las diez lunas, la movida más atractiva es, fue y será la del festival paralelo que se arma más allá del escenario principal: los callejeros, los autoconvocados y las peñas. Esa es la posta. Es el verdadero festival.


Con su torrente continuo y monótono, el río atraviesa Cosquín, zigzagueante, azotando sus márgenes repletos de gente mateando, asaditos a punto y vino con Coca, cerveza fría y Fernet a discreción. Allí se arman guitarreadas espontáneas, para luego dejar lugar a los shows callejeros programados. Por ejemplo, el balneario La Toma, el más concurrido, explota de seis a ocho de la tarde. Una mezcla mortal de folclore, tangas flemáticas, cuarteto, calzas gastadas, abdómenes masculinos inflamados, chicas bien alimentadas y tonadas de todos los rincones del país. El trago estrella de la tardecita es la "sangría nevada": vino, azúcar y limón, con alta chance de crear adicción y, por supuesto, embriaguez severa si no se le pone atención a la ingesta.


Los bailes folclóricos se suceden sin solución de continuidad, aunque se van renovando los bailarines. Muchos de ellos son algunos de los 141 cuerpos de baile que pululan en época de festival. Empilchados como se debe y con gran destreza para las danzas autóctonas, contrastan con la gente que se baña y los niños gritones que se tiran de bomba, cerca de las piedras, en trampolines improvisados.


Luego de la cena, la noche empieza en los espectáculos callejeros de la calle San Martín, a lo largo de sus diez cuadras. Es una peatonal, donde se puede encontrar diversidad de eventos, que explota de gente. Hay una charla de instrumentos andinos, encuentro de poetas y debates sobre el ser nacional. Desde allí se pueden ver los fuegos que abren la jornada en la Próspero Molina y hasta unos riojanos que, guitarreando, armaron bailongo en plena calle. Allí los bailarines para los que la noche recién comienza sacuden pañuelos.


Miguel Ángel y su esposa, que aprendieron a bailar hace 12 años, prefieren la calle, porque ahí encuentran la esencia de estas fiestas. Son de Mercedes, pero llevan el atuendo tradicional salteño para lucirse más. "Mis vacaciones son éstas. Estamos en el río toda la tarde, y a la noche nos venimos para el centro. Zamba, chacarera y, con suerte, un chamamé".


Walter, de 46 años, baila desde que nació. "Es algo nuestro, que mi padre me inculcó, y me divierto haciéndolo". Él vive en Córdoba pero su esposa es de Cosquín. Le gustan las peñas porque, dice, "te dan más libertad para bailar, comer y tomarse unos vinos"


Las peñas funcionan desde las diez de la noche hasta 5 de la mañana. Allí se pueden comer ricos platos de nuestra gastronomía (como locro, asado y empanadas), tomar vino y ver diferentes artistas que van desde reconocidos hasta novatos.


Para hacer la recorrida por todas las peñas, solamente hay que seguir al vendedor de cubanitos de traje de etiqueta, un personaje inconfundible del pueblo. Se llama Daniel y desde hace 31 años vende cubanitos rellenos de dulce de leche. "Anda acá papi, haceme caso, que está buenísimo", recomienda a los que llegan por primera vez a Cosquín. Y no falla.


Los amantes del folclore pueden elegir entre la veintena de peñas diseminadas por la ciudad serrana. Cada una tiene su programación, su ambiente, su onda. Este año la novedad fue que por primera vez hay una peña cuyana. La música de esa región es resistida ante el poderío del norte y del centro del país. El grupo que invirtió para estar presente está formado por los puntanos de Algarroba.com, quienes se propusieron abrir camino dándole una vuelta de tuerca a la tonada y los gatos, acusados de llorones. Allí, en esa peña, tocan grupos como La Cautana. Entre chivo con chanfaina y vino de damajuana, se dan cuenta del secreto de Cosquín: es la coincidencia nacional. Hay gente de todo el país, se escuchan todas las tonadas, todos los ritmos y es, para los músicos de folclore, la gran vidriera. Pero también es compartir simplemente vino, buena comida, el canto y el baile. Una gran fiesta con el folclore como excusa perfecta.


Por Nicolás Peralta (Desde Cosquín)  

Fuente: Revista 7DÍAS/ElArgentino.Com
Foto: Alejandro Kaminetzky.

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